Cuando la probé por primera vez, no sabía que sería de mí; desaparecería, quizá moriría y luego volvería a aparecer, pero donde y sobre todo, ¿cómo qué?
Nadie sabía nada sobre ello, o peor aún, nadie dijo nada sin perder la noción y sin enfadarse o tropezarse con las palabras, incluidos aquellos que juraban haber sobrevivo a la experiencia más aterradora de sus vidas. Pasaron de las caras que ponían, a una prueba concluyente; eran mucho más fuertes porque todavía estaban vivos. Así que, ¿Por qué iba a querer hacerlo?, ¿Por qué quería someterme a tal tortura? Miré la hora, luego el cartel del club y me dije a mi mismo: Simón ¿estás seguro de que vale la pena?